
Hoy se celebra en todo el mundo el día del teatro. Nada nos hace más humanos que la capacidad de transformarnos en otro. Porque para ser otro es necesario comprenderlo, verlo en su totalidad sin juicios y con compasión. El teatro es por antonomasia un espacio de acuerdos, en todos los niveles: el actor consigo mismo, prestándole su voz y su cuerpo a un personaje entendiendo sus íntimos motivos para actuar como lo hace; con los otros actores en escena, observando y escuchando atentamente y respondiendo en consonancia; y con el público que se presta al juego de la ficción y hace del escenario un espejo en el que se ve reflejado.
También hoy entregan los premios Oscar que, aunque nunca me han importado demasiado, tiene en esta edición entre las películas nominadas una de las más hermosas que he visto últimamente. Drive my Car es una película exquisita y conmovedora, con bellas imágenes y una historia entrañable como suelen ser las historias de Haruki Murakami quien es el autor del relato en el que se basa el guion. En todas las obras que he leído de este autor japonés (Kafka en la orilla, Tokio blues y Sputnik, mi amor) los personajes están sumidos en la nostalgia, la incomunicación y la soledad producto de esa incapacidad de comunicarse. No sé si estas son características de la cultura japonesa o más bien de la sociedad actual.

La película gira en torno a la culpa que para mí es el peor sentimiento que el ser humano puede experimentar y también en torno a la muerte y el duelo y estos temas los explora hablando del teatro y de los actores, y ahí una de las razones por lo cual me gustó tanto. Están ensayando Tío Vania de Chejov una obra en la que los personajes son presa de la desesperanza y no le encuentran sentido a su vida. El director de la obra tiene una chofer y mientras se desplazan de un lugar a otro se van contando episodios de su vida. Me gusta la metáfora del carro como confesionario, yo misma he tenido conversaciones trascendentales en el interior de un vehículo. Los diálogos tienen la belleza de las aseveraciones contundentes y dolorosas y la gestualidad casi nula de los actores hace que la palabra cobre aún más fuerza. Varios parlamentos me impactaron tanto que se quedaron dando vueltas en mi cabeza por varios días.
Lo que más me gustó de Drive my Car es que pone de manifiesto lo que siempre he vivenciado y celebrado, que el teatro es sanador tanto para quienes están en el escenario como para los que observan desde la platea. Los personajes de la película se redimen a través del teatro y del encuentro, que son la misma cosa. El actor exorciza sus demonios en la escena a través de tío Vania y la joven chofer recibe consuelo sentada en el público. ¡Qué liberadora es la catarsis desde el patio de butacas!, ¡Qué transformador es el proceso de convertirse en otro sobre el escenario!