Viaje al centro de la tierra

Foto: Maria Beatriz Romero

Como la novela de Julio Verne, usar el metro de Nueva York puede resultar una historia de ciencia ficción. Desde artistas callejeros hasta indigentes, en el tren es posible encontrar toda clase de personas. Aquí un registro de varios viajes.

Día 1 8.50 am, tomo el tren J en la estación Halsey, está más o menos concurrido con gente con aspecto de que va a su trabajo. Me siento al lado de una mujer que va con una niña de 3 o 4 años. Me hace espacio una joven en sus 20 que está leyendo un libro, echo un vistazo a lo que lee y veo que es un libro de finanzas. Luego de un rato deja el libro y hace una transacción bancaria desde su teléfono.

Dos estaciones más adelante se baja la madre, en el puesto que dejó se sienta una chica que va con otro joven, deben estar en sus treinta y pocos, reconozco su acento colombiano. Están de vacaciones o recién llegados porque hablan de que hoy les ha pegado menos el frío y cambian los precios de dólares a pesos.

Recorro 11 estaciones y me cambio al tren 4, son las 9:17 am, aún me faltan 16 paradas para llegar a mi destino. En este tren la mayoría va absorta en sus teléfonos. Me concentro en un par de señoras que conversa animadamente en español con acento dominicano. “ella allá era enfermera, pero aquí ese título no vale” dice una. Pienso en cuantas veces yo misma he hecho esa diferencia entre aquí para designar la realidad del presente y allá para hablar de mi vida pasada cada vez más lejana y difusa.

En la 42 se sube un joven con una guitarra “buenos días, good morning”, dice y comienza a cantar una canción en español que no reconozco, me suena como Roberto Carlo o algo así, me parece una canción un poco melancólica para la hora, me mira y me dice “buenos días”, yo le respondo el saludo y le doy $1.

Son las 9.39 am, en la 125 Street Sube un joven en sus 30, luce saludable lleva ropa limpia y en buen estado, habla solo, dice frases incoherentes, parece borracho o drogado tiene un morral del cual saca ropa y la deja en el asiento. Deja sus pertenencias y atraviesa al siguiente vagón, le dice algo a los pasajeros, regresa al vagón donde me encuentro yo y sigue con su perorata ininteligible. Por el parlante anuncian que este tren se detendrá en una estación anterior a la que voy, me bajo para esperar otro que si me lleve a mi destino y de paso librarme del soliloquio.

Día 2 Estación de la 72 Street línea 2, 10.39 pm. Tomo el tren al salir de ver la ópera Tosca en el Lincoln Center. Me llama la atención que casi todos los que van en el vagón son obesos, explayados en los asientos del tren parecen salidos de un cuadro de Botero, la mayoría duerme, otros ven sus teléfonos. Es un tren express, a las 10.57 pm llego a Fulton donde tengo que cambiarme de tren. Camino hacia la plataforma de la línea J y a un lado veo a un hombre golpeándose la cabeza contra la pared. Hace unos días leí en las noticias que en esta misma estación un indigente arrojó a los rieles del tren a una persona, afortunadamente no murió. Llego a la plataforma del tren y una pantalla anuncia que llegará en 11 minutos, mientras espero escucho a un hombre hablando por teléfono, mientras habla escupe hacia los rieles. No entiendo lo que dice, creo que habla ruso.

Día 3 Myrtle Av tren M, 5:19 pm. Aunque es viernes en hora pico el tren está medio vacío, quizás porque todo el día ha estado nevando ligeramente. Entro al vagón y percibo un olor a marihuana. El trayecto transcurre sin novedades hasta la 42 St. Bryant Park donde arribo a las 5.44 pm para patinar en la pista de hielo.

Usuarios del tren antes de la pandemia.

Día 4 Broadway Junction tren C, 3.34 pm. Es sábado, el tren viene prácticamente vacío, pocos se aventuraron a salir con más de 20 cm de nieve acumulada en la calle. Avanzamos dos o tres estaciones y de la puerta que comunica al vagón contiguo emerge un hombre sucio y maloliente, su chaqueta está rota, pide dinero y nadie le da, atraviesa hacia el próximo vagón. Unos minutos más tarde regresa y pide de nuevo, igualmente todos lo ignoran, como si fuese un fantasma que nadie ve. Vuelve a atravesar la puerta por donde entró. A medida que avanzamos hacia Manhattan más personas van subiendo. En Lafayette Av. Una asiática baja las escaleras rápidamente y grita “hold the door” (sostengan la puerta). No alcanza a entrar, la puerta del tren se cierra frente a ella. El indigente regresa y se repite la misma escena. En la 42 St. Sube un hombre con una niña de alrededor de 8 años, llevan un trineo, pienso que seguramente van al Central Park a deslizarse en la nieve. En efecto, descienden en la 59 St. Columbus Circus, una de las entradas del Central Park. Yo sigo hasta la 81 St. Natural History Museum donde me bajo a las 4.15 pm.

Día 5 Myrtle Av. Tren M, 4:53 pm. Es viernes, voy camino a Manhattan a encontrarme con unas amigas para el happy hour. Me he planchado el cabello, voy bien vestida y maquillada. Un hombre se sienta frente a mí, me mira, puede ser contemporáneo conmigo o quizás un poco mayor, es bien parecido, viste jeans y zapatos deportivos, lleva un morral, debe ser turista sino sabría que una regla de la ciudad es no hacer contacto visual con los extraños. Sigue mirándome, al principio me siento halagada, sigue mirándome con insistencia y me empiezo a poner nerviosa. Se baja dos estaciones más adelante y antes de salir del tren me mira por última vez.

En West 4th Street sube un hombre comiéndose una banana tira la cáscara al piso, se come unas galletas y también tira el envoltorio, destapa una Smirnoff y se la empieza a tomar. El tren se detiene, anuncian algo por los altavoces que no se entiende, los parlantes deben tener 50 años por lo menos. El hombre saca una caja de cigarros, ruego que no vaya a fumar. Después de unos minutos el tren arranca. Me bajo corriendo en la 14th Street.

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