
Voyeur: The Windows of Toulouse-Lautrec fue el primer encuentro presencial que tuve con el hecho escénico después de más de un año de pandemia. La pieza estrenada en el 2019 en un bar de Manhattan fue adaptada en el 2020 para poder ser representada en tiempos de covid-19, transformándose en una representación de teatro de calle. La producción de Bated Breath Theatre Company integra en esta propuesta “pandemic friendly” (amigable con la pandemia) como ellos mismos describen, diversas expresiones del arte escénico: clown, danza, canto y títeres. Una actriz funge de maestra de ceremonia en el recorrido por Greenwich Village que por la convención teatral se transforma en el barrio Montmartre de París en 1899. El trayecto se inicia frente a lo que pretende ser el Moulin Rouge y desde la acera de enfrente los espectadores voyeristas vemos a través de las ventanas del segundo piso la performance de dos prostitutas que terminan expulsando a un cliente por no querer pagarles. En la calle frente a nosotros dos clowns muestran carteles en inglés de lo que ellas dicen en francés.

La actriz guía suena un organillo y escuchamos una tradicional musette parisina, nos invita a seguirla. Pasamos por diferentes estaciones donde encontramos personajes de París del siglo XIX, el padre de Toulouse-Lautrec, su madre, prostitutas, bailarinas.

En cada cuadro los intérpretes cuentan algo sobre la trágica vida del artista representado por una marioneta. El alcoholismo, su fascinación por las prostitutas, su cuerpo atacado por la deformidad y los dolores, se nos van develando en cada una de estas pequeñas escenas. El sonido del organillo va marcando la transición de una escena a otra que se van mostrando en diferentes espacios, bajo un farol, frente a una vitrina,

en una plaza, frente a la fachada de un edificio,

en una acera frente a nosotros. Durante una hora los 8 espectadores que pagamos la entrada y los curiosos que se han ido sumando en el camino compartimos el encuentro gozoso con la teatralidad. Después de presenciar desde la acera de enfrente a dos intérpretes que cantan un dueto, a cada espectador le es entregada una pequeña vela. Con nuestras velas encendidas caminamos como en una procesión siguiendo a la guía que nos lleva hasta la entrada del Duplex, el bar donde iniciamos el recorrido. Entramos y subimos la escalera que nos lleva a un salón de fiesta de la comunidad LGBTQ+, nos mezclamos en la fiesta por unos segundos mientras caminamos a un salón privado donde transcurre la última escena interpretada por una bailarina de can-can.

Finalizada su actuación vemos en una esquina del salón a un titiritero con la marioneta de Toulouse-Lautrec en su lecho de muerte.

Se sintió bien volver a experimentar la alegría de asistir a una representación. Y los comentarios emocionados de los transeúntes que se iban uniendo al grupo inicial sorprendidos por toparse inesperadamente con una representación en plena calle me confirman una vez más que el teatro nos hace más humanos.