Cuando en varios países comienzan a levantarse las medidas de cuarentena para ir volviendo a una “nueva normalidad” – ¡cómo detesto las frases hechas! -, ¿a qué se refieren cuando anteponen el adjetivo “nuevo” a la palabra normalidad? Supongo que es algo como la redefinición del sexo después de la explosión del SIDA. ¿Después del coronavirus usar máscara y guantes para salir a la calle será equivalente a tener sexo con condón después del SIDA?
Tras dos meses de encierro me pregunto si de verdad era necesario, si no hubiera podido manejarse esta situación de otra manera. Cuando el inevitable aumento de los precios merma nuestros salarios (bienaventurados los que aún tenemos salario), no dejo de pensar si no era posible una solución diferente a detener las actividades productivas y la prestación de servicios que ha causado que a la fecha 33.5 millones de personas en los Estados Unidos hayan perdido sus empleos y se espera que este número siga creciendo. 76901 personas han muerto en USA a causa del covid-19, ¿hubieran sido más si el país no se hubiera detenido o el número no habría variado? ¿fue peor el remedio que la enfermedad? Cuando se analiza la pérdida de empleos, el número de empresas que cada día se declaran en bancarrota -algunas de ellas con más de cien años de antigüedad-, el detrimento en la educación de millones de estudiantes, sin hablar del impacto emocional del confinamiento que en muchos casos ha agravado enfermedades mentales y abuso de sustancias; no me cabe duda de que era preciso proponer acciones para preservar la salud sin sacrificar tanto. Algunos responderán con otras frases hechas como “lo importante es la salud” o “lo material se recupera”. Y yo digo que, si bien es cierto que estar saludable es una condición para el bienestar también lo es contar con recursos para cubrir nuestras necesidades de vivienda, alimentación, vestido y distracción. Y es falso que las pérdidas materiales puedan recuperarse, podrá generarse nueva riqueza (con mucho esfuerzo después de esta crisis), pero lo que se ha perdido, perdido está.
¿Hasta qué punto las medidas tomadas por el gobierno federal y los gobiernos locales que aspiran preservar la salud de los individuos están coartando sus libertades? Casi todos los gobiernos del mundo han tratado a sus ciudadanos como niños, negándoles información precisa que les permita tomar sus propias decisiones y obligándolos a permanecer confinados a riesgo de ser castigados si desobedecen a “papá Estado”. En el estado de Texas Shelley Luther abrió su peluquería antes de que el gobernador diera la orden, alegando que tanto ella como sus empleados tenían cuentas que pagar y familias que alimentar y que asumían la responsabilidad de cuidarse a sí mismos y a sus clientes. La respuesta de las autoridades fue encarcelarla. ¿En el afán de proteger a la señora Luther, a sus empleados y a sus clientes no está el Estado vulnerando sus derechos? Si tanto ella, como sus empleados, como sus clientes toman todas las medidas de seguridad e higiene ¿no serían mínimos los riesgos de contagio? Y si cada uno de nosotros hubiera cuidado de sí mismo y seguido protocolos de protección ¿no hubiéramos podido continuar produciendo y prestando servicios sin que ocurriera la debacle de la economía?